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Ken Salazar, el embajador bilateral | Internacional

El embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, en una foto de archivo.
El embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, en una foto de archivo.Daniel Acker (Bloomberg)

En un viaje reciente al estado mexicano de Campeche, Ken Salazar posó para las fotos con su sombrero de vaquero de Texas, sonriendo con orgullo sobre una canasta de mazorcas de maíz. El embajador de Estados Unidos en México estuvo allí para celebrar uno de los programas sociales estrella del gobierno mexicano: Sembrando Vida, un proyecto que tiene como objetivo generar empleos y reforestar la región sur del país. Tras visitar una de las sedes del proyecto, Salazar escribió en Twitter que estaba «encantado» con lo que vio. En sus ocho meses en el cargo, Salazar ha pronunciado numerosos discursos valorando a México mientras asume la misión de reparar las relaciones entre Estados Unidos y México, que se han visto gravemente dañadas por la animosidad abierta de la administración Trump.

Pero detrás de la sonrisa de Salazar hay un gran estratega. El diplomático de 67 años se ha convertido en un actor importante de la política mexicana. Miembro del Partido Demócrata, fue el primer latino en representar a Colorado en el Senado de los Estados Unidos. Antes de eso, fue fiscal general de Colorado y se desempeñó como Secretario del Interior bajo Barack Obama. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, eligió al hispanohablante fluido para gestionar la agenda bilateral de uno de los principales socios de los Estados Unidos.

En las últimas semanas, Salazar ha tenido un tema difícil en su agenda: la reforma energética propuesta por López Obrador. La iniciativa -que no fue aprobada en el Congreso- buscaba limitar la participación privada en el sector y favorecer a la estatal energética de México, aunque se tratara de plantas más caras o contaminantes. La pregunta sacó a relucir el lado duro de Salazar. A medida que la propuesta se hizo más real, el tono del embajador se endureció. “Promover el uso de tecnologías más sucias, obsoletas y más caras en lugar de alternativas renovables eficientes dañaría tanto a los consumidores como a la economía en general”, advirtió en un comunicado de febrero.

La disputa alcanzó su cúspide a principios de abril. En una de sus conferencias matutinas diarias, López Obrador acusó al gobierno de Estados Unidos de cabildear para revocar su reforma energética, lo que provocó que el embajador con sombrero de vaquero se apresurara a llegar al Palacio Nacional de México. La confrontación continuó con un duro comunicado de la Embajada de Estados Unidos en México, que dijo que Estados Unidos respetaba la soberanía de México pero temía que la ley abriera «la puerta a un litigio interminable, generando incertidumbre y obstruyendo la inversión».

El presidente mexicano habló sobre el documento en su conferencia de prensa al día siguiente. “Él habla de acciones legales. Nosotros haríamos lo mismo, porque somos un país independiente”, dijo. Salazar reconoció en una entrevista de marzo con CNN que “antes” en Estados Unidos “se hacían cosas que no respetaban la soberanía de México” e insistió en que la administración Biden estaba cambiando de rumbo.

A pesar de las tensiones, Salazar, de ascendencia española que se estableció en México en el siglo XVI, tiene más acceso al gobierno mexicano que cualquier otro embajador. Visita al presidente y su personal al menos una vez al mes y, a veces, incluso dos veces a la semana. Reynaldo Ortega, del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México, dice que es una de las relaciones más importantes de México. “De lo que pase en esa relación depende el bienestar de una gran cantidad de mexicanos. Los conflictos entre ellos tienen un costo muy alto para ambos países”.

Arturo Sarukhán, embajador de México en EE.UU. durante el sexenio de Felipe Calderón, coincide en que “no hay relación diplomática más importante para México que con Estados Unidos”. Es normal, explica, que un embajador tenga acceso directo y constante a Palacio Nacional. Para él, la elección de Salazar fue “un mensaje evidente” de Biden. “Nombró a un político que es muy cercano a él, en quien confía y que puede tomar el teléfono y llamar directamente a la Casa Blanca”, dice el exdiplomático, quien explica que Biden y el embajador se reunieron en el Senado entre 2005 y 2009 .

Salazar “tuvo que reconstruir la relación entre los dos países a partir de la narrativa”, dice Cecilia Farfán-Méndez, jefa de seguridad del Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universidad de California en San Diego. Durante cuatro años, México tuvo que soportar que lo llamaran enemigo de EE. UU., mientras Trump exigía la construcción de un muro para separar a los dos países. “Ahora el discurso es que somos hermanos”, agrega Farfán-Méndez. Desde la llegada de Salazar, ha repetido muchas veces que ambos gobiernos ven el mundo de manera similar, aun cuando la lucha por la reforma energética ha llegado a su apogeo. “La unión entre México y Estados Unidos es para siempre”, dijo Salazar al salir de Palacio Nacional a principios de abril tras semanas de tensión.

Salazar demostró su astucia política. Su agenda energética está más en línea con los opositores políticos de López Obrador, y en medio del debate sobre la reforma, se reunió con la dirección del grupo opositor Partido Acción Nacional (PAN). El encuentro no gustó al presidente, quien lo criticó en otra conferencia.

El 21 de marzo, Salazar volvió a sonreír para celebrar la inauguración del Aeropuerto de Santa Lucía, otro de los proyectos del presidente, que ha sido duramente criticado por su uso de financiamiento privado. Señaló los intereses compartidos del país en torno a la seguridad y el control de armas. Pero tan pronto como la sonrisa de Salazar se desvanece, las alarmas comienzan a sonar.

Prudencia Febo

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