India, Indonesia y las potencias asiáticas sueñan con 2036
La creciente influencia del deporte asiático en todo el mundo trasciende claramente el contexto de resultados, títulos o medallas.
Ni los Juegos Olímpicos, ni los JOJ, ni la mayoría de las grandes competiciones de las disciplinas más populares han sido inmunes a la capacidad organizativa de los países económicamente más importantes del continente.
La Fórmula 1 es prueba de ello. O el impactante Mundial de Fútbol de Qatar 2022, cuyo éxito deportivo ha conseguido, si no, dejar en un segundo plano el cuestionamiento de determinadas características sociales e institucionales del Estado qatarí.
Son sólo dos ejemplos llamativos en medio de un hervidero de competiciones en las que la necesidad que tienen las grandes corporaciones deportivas de la capacidad logística de estos países y, fundamentalmente, de su dinero, van de la mano.
En cuanto a la primera pregunta, lo ocurrido en Doha a finales del año pasado fue una fiel demostración de que, incluso ante los reveses, los qataríes supieron corregir los errores. Sucedió el día de la inauguración. Después del partido entre los locales y Ecuador, el transporte oficial de la prensa desde el estadio hasta el IBC tomó tanto tiempo que nada menos que 300 enviados especiales llenaron el área del elevador de autobuses. Al mismo tiempo, decenas de autobuses los esperaban para pasar a quinientos metros de la zona: la orden era que ningún transporte podía entrar hasta que todos los miembros de la familia real hubieran salido. La incompatibilidad entre las reglas nacionales y la lógica de una organización global que tiene a los medios de comunicación como aliado fundamental se resolvió en pocos días.
En cuanto a la financiación, es poco probable que el próximo Campeonato Mundial de la FIFA tenga un presupuesto que alcance siquiera la mitad de lo que se gastó en Doha.
Sea como fuere, la conexión entre los megaeventos y las potencias asiáticas sigue creciendo de una forma que conviene a ambas partes.
El impacto más reciente fue el reciente anuncio de la candidatura de India e Indonesia como candidatas a organizar los Juegos Olímpicos de 2036. Dos naciones asiáticas junto a Polonia y México, una gran noticia en momentos en que había muchas ciudades aspirantes que retiraron su candidatura debido a fuertes demandas de los vecinos que no parecían muy contentos con la idea de invertir sus impuestos en estadios. No al menos en la dimensión que requiere este tipo de cuestiones.
Junto al anuncio, el COI recordó su exigencia irrevocable de que ninguna competición se celebre en un país que restringe la entrada a atletas de las más de 200 naciones que participan en los juegos.
Este no es un anuncio inocente ni arbitrario.
Además de lo que todo el mundo puede especular sobre los conflictos geopolíticos de la creciente potencia india, no hace mucho se celebró en Argentina la Copa Mundial Sub-20 de la FIFA, lugar de emergencia tras el ganador original, precisamente Indonesia, una nación que no permite que Israel permitiera la entrada de ciudadanos, fue retirado de su sede. Un escenario similar al de los polacos, que prohibieron la entrada de deportistas rusos de camino a los Juegos Europeos de este año.