tabla de medicina de salud de hierro
El término de medicina gráfica, intersección entre el cómic y la salud, fue acuñada en 2007 por el médico galés Ian Williams. Este mismo autor, junto a sus colaboradores, definió este año la Medicina Gráfica como “un campo interdisciplinario de las humanidades médicas que engloba la creación, uso y estudio del cómic en la medicina y la salud”.
En 2010, Michael J. Green y Kimberly R. Myers, en un artículo centrado en el uso de cómics En educación médica y atención al paciente, acuñaron el término patografía gráfica y lo definieron como «la narrativa de la enfermedad en forma gráfica». Estos trabajos son el corazón de la Medicina Gráfica y constituyen una excelente forma de comunicación médico-paciente.
Las patografías gráficas existían mucho antes de que alguien las definiera y, en la mayoría de los casos, eran (y son) realizadas por pacientes. El primero en aparecer en Europa fue el trabajo de culto Epiléptico: el surgimiento de un gran mal de David B (1996). En esta historieta, con un diseño claustrofóbico en blanco y negro, el autor cuenta cómo la enfermedad de su hermano marcó su vida y la de su familia.
Nos cuenta el recorrido por las interminables falsas terapias que utilizaban sus padres, la frustración de cada uno de ellos, el cambio físico y psicológico de su hermano, el peregrinaje por diferentes citas médicas y el muro de impotencia contra el que chocaban constantemente. . La epilepsia, una enfermedad incurable, entró en la vida de David B. como un elefante en una tienda de loza, marcando su infancia y la de sus hermanos.
La epilepsia del gran mal
En el prólogo que escribió su hermana para el cómic, hay una frase muy significativa: «La única certeza de mi vida es la enfermedad de Jean-Cristophe: la epilepsia del gran mal». David B. usa mucha tinta negra para transmitir ese sentimiento. Cualquiera que tenga o haya tenido una certeza familiar de similar magnitud será identificado en muchos de sus fragmentos. Al menos esa es la idea.
El cómic puede transmitir perfectamente este tipo de historias porque utiliza recursos capaces de representar lo invisible (esperanza, miedo, ira, amor, incertidumbre, compasión, etc.).
En la literatura (y en el discurso ordinario), la metáfora es un dispositivo semántico en el que un objeto real se identifica con un imaginario. La primera definición de metáfora proviene de Aristóteles: «Metáfora es nombrar una cosa por otra».
Enfermedad y sus metáforas
Para Susan Sontag, que ha tenido cáncer dos veces, no le gustaban las metáforas que estaban acostumbrados a hablar de algunas enfermedades: «El concepto de enfermedad nunca es inocente, pero cuando se trata de cáncer se puede argumentar que el genocidio está implícito en sus metáforas». Dijo que las metáforas utilizadas para hablar de tuberculosis, sida y cáncer instigaron un miedo absolutamente irracional a la enfermedad.
Además de otros recursos, las patografías gráficas tienen muchas metáforas visuales que, me atrevo a decir, habrían sido del agrado de Sontag.
En el Pastillas azules (Frederik Peeters, 2001) el miedo al diagnóstico se representa como un enorme rinoceronte con ojos asustados sentado entre los protagonistas de la historia, y en Alice en un mundo real (Isabel Franc y Susanna Martín, 2010) transforma el rostro del protagonista en el rostro de El grito por Edvard Munch.
Dos formas distintas pero inconfundibles de transmitir un mismo sentimiento al lector. A veces sucede lo contrario, los autores utilizan las mismas metáforas visuales. Así, los efectos de la morfina están representados por espirales calmantes en La historia de mis pechos (Jennifer Hayden, 2015) y en Paul en Quebec (Michel Rabagliati, 2009).
Pero, ¿qué aportan las patologías gráficas al paciente?
Son muchas las enfermedades que tienen un gran estigma social: cáncer, depresión, esquizofrenia, epilepsia, autismo, trastorno bipolar, Alzheimer, entre otras.
Las patografías gráficas pueden proporcionar al lector información sobre una enfermedad sin abusar del lenguaje técnico que impregna los libros y, en ocasiones, las consultas médicas.
El conocimiento es la única forma de mitigar el miedo atávico a algunas enfermedades. Además, al nombrar miedos y sentimientos negativos, el paciente siente el sentimiento de pertenencia a una comunidad, de no estar solo.
El tratamiento realista y sin endulzar de estas obras acaba por infundir fuerza en los pacientes cuando se dan cuenta de que otros ya pasaron y vivieron para dibujarlo. Para alivio de los pacientes, estos trabajos carecen de mensajes de autoayuda como: «Tienes que ser positivo» o «Tienes que luchar». Estos mensajes imponen una carga de responsabilidad totalmente injusta y desproporcionada sobre el paciente.
Lo mejor de las patografías gráficas es que dan voz al paciente, ayudando a humanizar aún más la medicina. El paciente habla y el médico escucha. La idea es que el médico actúe de forma adecuada para cerrar el ciclo de comunicación.
Por todas estas razones, en los últimos años, las facultades de medicina de todo el mundo han estado comprando patografías gráficas para sus bibliotecas. Es una forma de enseñar a los estudiantes de medicina a comprender y escuchar las historias de los enfermos. Cuando un paciente dibuja cómo se siente y logra transmitir esa información, está creando nuevos conocimientos que serán de utilidad para futuros médicos y pacientes.
Además, no todo lo que quiere contar en la historia gráfica está escrito explícitamente. Algunas partes de la historia deben ser completadas por el lector. Por tanto, esta herramienta puede utilizarse en la formación de futuros médicos. En su práctica profesional, también necesitarán inferir información de historias incompletas contadas por pacientes.
Aprendiendo a través de los cómics en las escuelas de medicina.
Para que la medicina gráfica ocupe un lugar en la formación de los futuros médicos, se deben superar varios obstáculos. Uno es el prejuicio infundado de que los cómics son historias para niños o jóvenes. Otro (y no menos importante) es buscar un espacio para el cómic en los saturados currículos de los estudiantes de medicina.
Están trabajando en esta línea en algunas facultades de medicina de todo el mundo. La Facultad de Medicina de Pensilvania (EE. UU.) Ha tenido un curso impartido por un médico desde 2009 Michael J. Green. En él, los estudiantes reflexionan críticamente sobre algunos cómics y crean sus propias historias sobre sus experiencias como estudiantes de medicina.
También se llevan a cabo seminarios similares en la Escuela de Medicina Feinberg en Chicago, EE. UU. Y Toronto, Canadá. En la Universidad de Yale (desde 1998) y la Universidad de Harvard hay una iniciativa muy curiosa. Organizan un curso para mejorar las habilidades de observación (y por tanto el diagnóstico) de los estudiantes de medicina utilizando obras de arte.
En España, como parte de un proyecto de innovación docente, el grado en Fisioterapia de la Universidad de Almería hizo reflexionar a sus alumnos sobre algunos aspectos de su práctica profesional con la ayuda de varios cómics. En la Facultad de Medicina de Albacete (Universidad de Castilla-La Mancha), además de adquirir patografías gráficas para la biblioteca, una exposición y una serie de conferencias mostrar a los estudiantes algunos aspectos de la Medicina Gráfica. Poco a poco, en muchas universidades del mundo, de una forma u otra, se están plantando semillas con la esperanza de que germinen en nuestros estudiantes.
Desde sus inicios, la Medicina Gráfica no ha dejado de crecer. Están surgiendo patólogos gráficos de todos los rincones del mundo para explicar (como diría Susan Sontag) cuál es la forma más saludable de enfermarse.
Este artículo fue escrito en colaboración con Blanca Mayor Serrano, profesora en Máster Propio en Cómic y Educación de la Universidad de Valencia.
Rosario Sabariegos Jareño, Médico provisional contratado. Departamento de Ciencias Médicas. Área de Microbiología. Laboratorio de Virología Molecular., Universidad de Castilla-La Mancha
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